Todo comenzó con un vaso, una espesa niebla y un amargor en el paladar. El halo procedente de las farolas naranjas cada vez era menor, síntoma de densidad o de intensidad, según tengas el día. El frío dejaba de calar en su piel, mucho menos en su tejido óseo, porque a lo largo de los años uno se acostumbra a las indeterminadas vueltas a casa. Indeterminadas de fechas, temperaturas y recuerdos.
Todo continuó por el silencio de aquellos pasos. Nada más. El suelo estaba ligeramente mojado formando una pequeña alfombra de desconsuelo. Los árboles ni miraban.
Tampoco el a su reloj, no importaba. Ni sus pies. Su visión casi siempre estaba concentrada en el vapor que le envolvía. Y en su olor de humedad asfixiante.
Todo acababa de comenzar...
Todo continuó por el silencio de aquellos pasos. Nada más. El suelo estaba ligeramente mojado formando una pequeña alfombra de desconsuelo. Los árboles ni miraban.
Tampoco el a su reloj, no importaba. Ni sus pies. Su visión casi siempre estaba concentrada en el vapor que le envolvía. Y en su olor de humedad asfixiante.
Todo acababa de comenzar...
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