Tibet ha sido bendecida con una gran extensión de tierra, pero la mayoría tiene una altura de más de 4,000 metros. El suelo es seco, bastante rocoso y a menudo yace congelado por los fuertes inviernos que azotan la región la mayor parte del año.
Éstas son algunas de las razones por las cuales los tibetanos desde hace siglos no entierran a sus muertos (ni los incineran, ni los lanzan al rio -estilo Indio-) sino que desarrollaron una práctica religiosa que va de acuerdo con sus tradiciones y creencias. Ésta práctica funeraria es llamada "entierro en el cielo" (o sky burial). Al morir una persona, de inmediato llaman al Lama del monasterio local, quién tiene como misión ayudar al difunto a pasar por los 49 niveles del Bardo, o las fases o estados que tiene que atravesar el alma despues de morir y reencarnar en otra. Para éste fin, casi ininterrumpidamente recitan los sutras del Bardo Thodol o Libro de los Muertos.
Los familiares se reunen alrededor del cuerpo y rezan de igual manera, esperando una mejor transición hacia la muerte y una eventual reencarnación más próspera (tal vez en un monje, lama o hasta boddhisatva, alguien embarcado en el camino del Buda de manera significativa).Una vez pasado el periodo de tres días, que es el período donde el alma está pasando de una vida a la otra, envuelven al cuerpo en una especie de sábana blanca y lo llevan hacia alguna de las montañas sagradas que tienen lugares particulares donde se realiza ésta ceremonia. El destino final del difunto es un campo repleto de banderas de oración, de pedazos de ropa hecha jirones, y de fragmentos de huesos en los suelos.Algunos miembros de la familia cargan el cuerpo y lo deposita sobre una roca blanqueada con cal (o algo similar). Otros miembros se arman de palos largos y forman una especie de perímetro sobre la piedra ceremonial. La razón de ésto: espantar y alejar de momento a las docenas de buitres, cuervos y halcones que son animados por el olor de carne en la cercanía. Mientras se hacen éstos preparativos, hacen entrada los verdaderos maestros de ceremonia. Son esas dos o tres figuras altas y fuertes que vienen armados de cuchillos, hachas y martillos ceremoniales. Vienen hablando entre ellos, caminando con toda naturalidad. La familia se retira un poco, a excepción de los que están alejando a las aves hambrientas. Uno de los maestros de ceremonia (no se si son monjes, lamas, carniceros... o que) comienza a entonar algún mantra (el sonido correspondiente a un cierto aspecto de la iluminación y se recita para identificarse con ese aspecto de la mente iluminada) y los demás afilan sus herramientas en una piedra de amolar. De repente, sin tanta ceremonia, uno de ellos levanta su cuchillo y ayudado por el martillo, comienza a descuartizar el cuerpo del difunto. Primero extrae las visceras que deposita en un cuenco especial destinado a tal fin, para ser mezcladas con harina de cebada tostada, o Tsampa ( alimento básico tibetano que consiste en una secilla pasta empeando harina y mantequilla de yak). Luego sigue cortando las demás extremidades del cuerpo, lenta pero concienzudamente. Una vez su trabajo ha terminado, hacen una señal a los encargados de alejar las aves para que dejen de hacerlo.
Los seres queridos, guardando cierta distancia, siguen con la mirada las acciones que se presentan ante sus ojos. No hay señal de tristeza, ni de amargura, porque saben que el cuerpo es tan solo el envase del alma y en éstos momentos, el envase está vacío. El alma ya está haciendo su viaje místico hacia la siguiente vida.
Los grandes buitres se avalanchan sobre los restos sanguinolentos del cuerpo del difunto y se dedican a satisfacer su básica necesidad de alimentarse. Pasados unos minutos, cuando ya están totalmente saciados, algunos emprenden el vuelo, otros, se repliegan a descansar en las proximidades. Sobre el suelo solo quedan algunos pedazos de huesos ensangrentados. Y es allí donde entran los cuervos, halcones y otras aves que esperaban pacientemente, a terminar el trabajo. Los parientes y seres queridos que presenciaron la ceremonia, comienzan a alejarse del sitio, dejando solo a las aves y a los maestros que eventualmente pulverizarán los restos de huesos y mezclaran con tsampa, para que sea también consumidos por alguna otra ave hambrienta.Al salir éstos, no quedará más rastro del ritual sino unas marcas de sangre y las cientos de banderitas de oración de papel que fueron lanzadas por sus familiares.
Las últimas aves emprenden vuelo, llevándose al cielo los fragmentos de esa persona que pisó la tierra, y fue feliz, y sufrió, y comió, y amó, y eventualmente murió. Porque la energía no muere, no nace, sino que simplemente se transforma. Porque jamás, nunca ésto habría tenido tanto sentido.
Éstas son algunas de las razones por las cuales los tibetanos desde hace siglos no entierran a sus muertos (ni los incineran, ni los lanzan al rio -estilo Indio-) sino que desarrollaron una práctica religiosa que va de acuerdo con sus tradiciones y creencias. Ésta práctica funeraria es llamada "entierro en el cielo" (o sky burial). Al morir una persona, de inmediato llaman al Lama del monasterio local, quién tiene como misión ayudar al difunto a pasar por los 49 niveles del Bardo, o las fases o estados que tiene que atravesar el alma despues de morir y reencarnar en otra. Para éste fin, casi ininterrumpidamente recitan los sutras del Bardo Thodol o Libro de los Muertos.
Los familiares se reunen alrededor del cuerpo y rezan de igual manera, esperando una mejor transición hacia la muerte y una eventual reencarnación más próspera (tal vez en un monje, lama o hasta boddhisatva, alguien embarcado en el camino del Buda de manera significativa).Una vez pasado el periodo de tres días, que es el período donde el alma está pasando de una vida a la otra, envuelven al cuerpo en una especie de sábana blanca y lo llevan hacia alguna de las montañas sagradas que tienen lugares particulares donde se realiza ésta ceremonia. El destino final del difunto es un campo repleto de banderas de oración, de pedazos de ropa hecha jirones, y de fragmentos de huesos en los suelos.Algunos miembros de la familia cargan el cuerpo y lo deposita sobre una roca blanqueada con cal (o algo similar). Otros miembros se arman de palos largos y forman una especie de perímetro sobre la piedra ceremonial. La razón de ésto: espantar y alejar de momento a las docenas de buitres, cuervos y halcones que son animados por el olor de carne en la cercanía. Mientras se hacen éstos preparativos, hacen entrada los verdaderos maestros de ceremonia. Son esas dos o tres figuras altas y fuertes que vienen armados de cuchillos, hachas y martillos ceremoniales. Vienen hablando entre ellos, caminando con toda naturalidad. La familia se retira un poco, a excepción de los que están alejando a las aves hambrientas. Uno de los maestros de ceremonia (no se si son monjes, lamas, carniceros... o que) comienza a entonar algún mantra (el sonido correspondiente a un cierto aspecto de la iluminación y se recita para identificarse con ese aspecto de la mente iluminada) y los demás afilan sus herramientas en una piedra de amolar. De repente, sin tanta ceremonia, uno de ellos levanta su cuchillo y ayudado por el martillo, comienza a descuartizar el cuerpo del difunto. Primero extrae las visceras que deposita en un cuenco especial destinado a tal fin, para ser mezcladas con harina de cebada tostada, o Tsampa ( alimento básico tibetano que consiste en una secilla pasta empeando harina y mantequilla de yak). Luego sigue cortando las demás extremidades del cuerpo, lenta pero concienzudamente. Una vez su trabajo ha terminado, hacen una señal a los encargados de alejar las aves para que dejen de hacerlo.
Los seres queridos, guardando cierta distancia, siguen con la mirada las acciones que se presentan ante sus ojos. No hay señal de tristeza, ni de amargura, porque saben que el cuerpo es tan solo el envase del alma y en éstos momentos, el envase está vacío. El alma ya está haciendo su viaje místico hacia la siguiente vida.
Los grandes buitres se avalanchan sobre los restos sanguinolentos del cuerpo del difunto y se dedican a satisfacer su básica necesidad de alimentarse. Pasados unos minutos, cuando ya están totalmente saciados, algunos emprenden el vuelo, otros, se repliegan a descansar en las proximidades. Sobre el suelo solo quedan algunos pedazos de huesos ensangrentados. Y es allí donde entran los cuervos, halcones y otras aves que esperaban pacientemente, a terminar el trabajo. Los parientes y seres queridos que presenciaron la ceremonia, comienzan a alejarse del sitio, dejando solo a las aves y a los maestros que eventualmente pulverizarán los restos de huesos y mezclaran con tsampa, para que sea también consumidos por alguna otra ave hambrienta.Al salir éstos, no quedará más rastro del ritual sino unas marcas de sangre y las cientos de banderitas de oración de papel que fueron lanzadas por sus familiares.
Las últimas aves emprenden vuelo, llevándose al cielo los fragmentos de esa persona que pisó la tierra, y fue feliz, y sufrió, y comió, y amó, y eventualmente murió. Porque la energía no muere, no nace, sino que simplemente se transforma. Porque jamás, nunca ésto habría tenido tanto sentido.
Esto es un estracto de "Relatos de una mochila", que me trasladó a una Azuaga casi ya olvidada, a un aula, a aquel aviso de que lo que estabamos a punto de ver, probablemente hiriera nuestros sentimientos, A aquella vieja cinta de vídeo sin etiquetar, a aquellos cuarenta minutos perturbadores. Gracias Jesús por mostrar realidades. Gracias por generar uno de esos recuerdos que jamás escapan de la mente.
1 comentario:
ES UN TEMA TABU LA MUERTE EN SI, Y AUNADO A ESTO TENEMOS LOS FUNERALES EN EL GANGES Y EN LOS HIMALAYAS, FUERA DE LO ORDINARIO PERO ES UN RITUAL SAGRADO, LA MUERTE ES PARTE DEL CICLO INTERMINABLE DEL SAMSARA, HASTA QUE EVENTUALMENTE UN DIA, SE ROMPE LA RUEDA DE LOS RENACIMIENTOS AL ALCANZAR LA LIBERACION.
Publicar un comentario