Me acordé de una noche, quizás una de las más desbordantes de mi vida hasta el momento, en todos los sentidos... Pero no voy a hablar de esas horas en penumbras llenas de olvidos. Olvidos, como obviar el lugar en el te encuentras, igual que en aquellas primeras horas , u olvidos, como el de no recordar lo que resta de noche, ni siquiera cómo ni cuando regresas (ni porqué). Hablaré, de su punto de inflexión, de aquellos gestos, de aquellos ojos que sabían que eran observados, de aquella seriedad al ver que no eramos capaces de apartar la mirada, de aquella guerra entre gusto e incomodidad, de aquellos gestos...
Era una noche supongo que fría, ya que nuestras vestimentas nos decían que los sudores en aquellos locales sólo se debían al humo, y la relación entre cantidad de personas, y metros cuadrados, o a la redonda.
Todo transcurría normal, que yo recuerde, hasta que entramos en aquel local, podríamos decir que Heavy. Aunque eso sólo era su disfraz... Se trataba del Edén, con su barra (y con su Eva detrás. Así la llamaremos). Una cosa no me gustó, y es que debimos darnos cuenta de su naturaleza nada más pisar la primera baldosa negra. A lo mejor exagero "un mucho", pero la excusa de que tuvieramos muchos pelos, y largos, entre "Eva" y nosotros no me vale, al igual que lo que hicimos a (su) respecto. No me vale... Irradiaba, y lo que irradia deslumbra, si hablamos de luz.
Obviando todo eso, con su debate o no, pasaron pocos segundos antes de que, sin decir nada, todos nos miraramos con ojos de pez, abiertos, sin párpados, brillantes (esta vez era por esto)... Y aquel silencio...
Era una noche supongo que fría, ya que nuestras vestimentas nos decían que los sudores en aquellos locales sólo se debían al humo, y la relación entre cantidad de personas, y metros cuadrados, o a la redonda.
Todo transcurría normal, que yo recuerde, hasta que entramos en aquel local, podríamos decir que Heavy. Aunque eso sólo era su disfraz... Se trataba del Edén, con su barra (y con su Eva detrás. Así la llamaremos). Una cosa no me gustó, y es que debimos darnos cuenta de su naturaleza nada más pisar la primera baldosa negra. A lo mejor exagero "un mucho", pero la excusa de que tuvieramos muchos pelos, y largos, entre "Eva" y nosotros no me vale, al igual que lo que hicimos a (su) respecto. No me vale... Irradiaba, y lo que irradia deslumbra, si hablamos de luz.
Obviando todo eso, con su debate o no, pasaron pocos segundos antes de que, sin decir nada, todos nos miraramos con ojos de pez, abiertos, sin párpados, brillantes (esta vez era por esto)... Y aquel silencio...
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Y aquella sonrisa de I., entre maliciosa y perspicaz.... Y aquellos ojos.... Y aquellos gestos...
Los cinco metros y 40 centímetros que nos separaban eran facilmente calculables, aún deseando acortalos entre rastas y camisetas negras, no precisamente de estreno. Era fácil, porque sabíamos cuantos tíos nos separaban, cuantas baldosas, los centimetros de la barra y de la distacia entre ésta y su camiseta verde, color, dicen... de la esperanza, la culpable de todo...
Después de vacilar, y vacilarnos, la sed llamaba a nuestra puerta, aunque no sé muy bien de que sed estoy hablando. Y fue extraño, ya que la impresión fue tan grande que cuando me acerqué a pedir, me quedé parado, sin articular palabra, esperando, saboreando... De repente, vino su compañero y me dijo que qué quería... Yo, del alma, le contesté que ya había pedido. Mentí, aún a sabiendas de que perfectamente "Eva" podía escucharme. No sé si lo hizo, pero de repente la tenía en frente de mí, con sus brazos abiertos apoyándose en la barra, seria, pero con una sonrisa complice que confirmaba lo escrito tres líneas más arriba. "¿Me pones cuatro cervezas?" le dije, y algo más que no recuerdo y que espero no recordar, con esas cuatro palabras me bastan. Cuando regresó y empezó a abrirlas, sólo podía ver. Nada más. Tenía esa concentración sobrehumana que les hace estar atento a todo cuanto hay y sucede en aquel otro lado de la barra (el nuestro), que más puedo decir. Sus ojos eran negros, y era la primera vez, o tal vez segunda, en la que observo como el negro, ausencia de color, también irradia luz, no como aquellas paredes, no como aquellas camisetas, no, como nuestro futuro inmediato.
Para entonces, y más o menos en el mismo tiempo en que he tardado en escribir estas líneas, estaba al lado de estos, con las cuatro cervezas, sin saber como fue la despedida. Todo transcurría rápido y aún no me explico como pudimos jugar en aquella máquina (supongo que para dejar una prueba, en forma de nombre, que mostrara que un día estuvimos allí), y a picarnos con aquellos chavales(supongo, por considerarlos como rivales, y no hablo del futbolín). El caso es que, el estar "ocupados" no nos impedía retomar la mirada hacia aquella silueta de color verde, repito, esperanza.
La gente se iba, y esa escena me trasladó a aquel pueblo con mar, a aquella noche, después de un concierto. Jamás deseé tanto. Pero en el deseo hay algo que no gusta, y se llama realidad. Antes de que nos dieramos cuenta nos fuimos, pero a pesar de todo lo vivido en lo que restaba de noche, no hubiese sido para nada, igual, sin esta fotografía, y su recuerdo.
Todo esto (no) viene a cuento de nada, sólo que me vino al recuerdo, una de esas noches mágicas que es dificil olvidar, y que probablemente no lo hubiese sido tanto si no se hubiese presentado aquel lugar, aquellos gestos. Desde ese día, siempre que nos acerquemos a aquella tierra de nazaríes no podremos evitar buscar en aquel paraíso el color verde. Eso es lo que realmente se recuerda. Sólo el punto de inflexión.
Los cinco metros y 40 centímetros que nos separaban eran facilmente calculables, aún deseando acortalos entre rastas y camisetas negras, no precisamente de estreno. Era fácil, porque sabíamos cuantos tíos nos separaban, cuantas baldosas, los centimetros de la barra y de la distacia entre ésta y su camiseta verde, color, dicen... de la esperanza, la culpable de todo...
Después de vacilar, y vacilarnos, la sed llamaba a nuestra puerta, aunque no sé muy bien de que sed estoy hablando. Y fue extraño, ya que la impresión fue tan grande que cuando me acerqué a pedir, me quedé parado, sin articular palabra, esperando, saboreando... De repente, vino su compañero y me dijo que qué quería... Yo, del alma, le contesté que ya había pedido. Mentí, aún a sabiendas de que perfectamente "Eva" podía escucharme. No sé si lo hizo, pero de repente la tenía en frente de mí, con sus brazos abiertos apoyándose en la barra, seria, pero con una sonrisa complice que confirmaba lo escrito tres líneas más arriba. "¿Me pones cuatro cervezas?" le dije, y algo más que no recuerdo y que espero no recordar, con esas cuatro palabras me bastan. Cuando regresó y empezó a abrirlas, sólo podía ver. Nada más. Tenía esa concentración sobrehumana que les hace estar atento a todo cuanto hay y sucede en aquel otro lado de la barra (el nuestro), que más puedo decir. Sus ojos eran negros, y era la primera vez, o tal vez segunda, en la que observo como el negro, ausencia de color, también irradia luz, no como aquellas paredes, no como aquellas camisetas, no, como nuestro futuro inmediato.
Para entonces, y más o menos en el mismo tiempo en que he tardado en escribir estas líneas, estaba al lado de estos, con las cuatro cervezas, sin saber como fue la despedida. Todo transcurría rápido y aún no me explico como pudimos jugar en aquella máquina (supongo que para dejar una prueba, en forma de nombre, que mostrara que un día estuvimos allí), y a picarnos con aquellos chavales(supongo, por considerarlos como rivales, y no hablo del futbolín). El caso es que, el estar "ocupados" no nos impedía retomar la mirada hacia aquella silueta de color verde, repito, esperanza.
La gente se iba, y esa escena me trasladó a aquel pueblo con mar, a aquella noche, después de un concierto. Jamás deseé tanto. Pero en el deseo hay algo que no gusta, y se llama realidad. Antes de que nos dieramos cuenta nos fuimos, pero a pesar de todo lo vivido en lo que restaba de noche, no hubiese sido para nada, igual, sin esta fotografía, y su recuerdo.
Todo esto (no) viene a cuento de nada, sólo que me vino al recuerdo, una de esas noches mágicas que es dificil olvidar, y que probablemente no lo hubiese sido tanto si no se hubiese presentado aquel lugar, aquellos gestos. Desde ese día, siempre que nos acerquemos a aquella tierra de nazaríes no podremos evitar buscar en aquel paraíso el color verde. Eso es lo que realmente se recuerda. Sólo el punto de inflexión.